Una cruz que toca el cielo

Por Luisa Cullurà

Catroreale: hombres levantando la cruz de U Signuri Longu © Luisa Cullurà

Catroreale: hombres levantando la cruz de U Signuri Longu © Luisa Cullurà

Triángulo perdido en el azul. Región de la Italia insular tumbada en el mar Mediterráneo, en el curso de los siglos Sicilia ha sido pisada por innumerables pies forasteros. Violada y saqueada por sus varios dominadores, la isla lleva en su piel las cicatrices de un pasado turbulento y las heridas frescas de un presente complicado. Su esencia atormentada, probablemente, es una de las razones de su singular encanto.


Castroreale, un pequeño pueblo encaramado en una colina, está ubicado en este triángulo de tierra, cerca del angúlo separado del resto de Italia por el estrecho de Mesina. Los orígenes de Castroreale, según la leyenda, se remontan a varios siglos antes del nacimiento de Cristo, cuando un rey llamado Artenomo, que vino de Oriente Medio, fundó en una colina cerca del actual sitio una ciudad que llamó Artemisia en honor a su hija. Entonces Castor, marido de Artemisia, construyó un nuevo asentamiento llamado Krastos, que siglos después jugó un papel importante en los acontecimientos que siguieron a la revuelta de las Vísperas Sicilianas, que causaron el fin del reinado de Carlos de Anjou en Sicilia, sustituido por la Corona de Aragón. Para recompensar la fidelidad demostrada durante la lucha contra los Anjou, Federico II de Aragón, con un diploma de 1324, ordenó la construcción de un castillo –que se convirtió en una de sus moradas favoritas- y concedió facilidades a los que hubieran querido establecer su hogar a la sombra de la nueva fortaleza. A partir de esta fecha, la localidad, que tomó antes el nombre de Castro y luego de Castroreale, pasó a la historia. Su importancia creció lentamente y asumió un papel clave dentro del sistema de fortificaciones que se encargaba de la defensa de la llanura de Milazzo y enlazaba a las ciudades fortificadas de la costa jónica.

Síntesis perfecta entre arte y naturaleza, Castroreale ha sido galardonado como uno de los pueblos más bonitos de Italia. Entre sus tradiciones, la más emblemática es la procesión de U Signuri Longu (literalmente, el Cristo Largo). Objeto de una plurisecular costumbre religiosa, la sugestiva procesión remonta sus origenes al año 1507, y su fama sigue siendo imperecedera.
Mientras reina el silencio, un grupo de hombres, rigurosamente originarios de Castroreale o de las inmediatas afueras, levantan una cruz de casi catorce metros, que supera en altura a todos los edificios del pueblo. En la extremidad superior de la cruz de negra madera maciza está colocada una estatua: el simulacro de tamaño natural, fabricado en estuco y cartón piedra, representa a Cristo muerto, con los brazos extendidos y las piernas dobladas bajo el peso de su cuerpo inerte. El exhaustivo estudio anatómico, el realismo de los rasgos del rostro, el cabello natural castaño (la melena está formada por largos mechones de pelo ondulado, donados por devotas mujeres castrenses), los numerosos arroyuelos de sangre seca, las marcas de los golpes, las contusiones y los hematomas demuestran una cuidadosa investigación expresionista que se refleja en los numerosos crucifijos sicilianos realizados por escultores franciscanos. La composición escultórica viene enarbolada mediante el uso de horquillas (en italiano forcine) que se apoyan a unos clavos hincados en la asta de la cruz. Es una delicada maniobra de equilibrio, fruto de la experiencia y de la pericia de hombres que se tramandan ese oficio de padre a hijo, desde hace siglos.

Una multitud de gente sigue con la mirada las delicadas maniobras de los forcinari © Luisa Cullurà

Una multitud de gente sigue con la mirada las delicadas maniobras de los forcinari © Luisa Cullurà

En el pasado la cruz solía rozar el cielo solo el Miércoles Santo, el Viernes Santo o en caso de epidemias y calamidades naturales, hasta que tuvo lugar un milagro. Los ancianos del pueblo narran que en 1854 una epidemia de cólera golpeó la ciudad de Mesina, diezmando la población. Asustados por la rápida propagación de la enfermedad, los mesineses intentaron evitar el contagio huyendo a los campos o en otros pueblos de la provincia. La llegada de una mujer ya enferma alarmó a los habitantes de Castroreale, que decidieron apelarse a Dios, llevando en procesión a U Signuri Longu. Se cuenta que el marido de la señora se alejó de la cama donde yacía su mujer moribunda, se arrodilló en el balcón y, mirando la cruz que se perfilaba contra el cielo, pidió el milagro. La mujer se salvó. Era el 25 de agosto. Desde entonces, en esta fecha se celebra cada año el día del Santísimo Crucifijo: el 23 de agosto el simulacro deja la iglesia de Santa Ágata -que lo hospeda durante todo el año- para llegar a la catedral, y volver atrás el día 25 de agosto.

Encendiendo velas en la catedral de Castroreale © Luisa Cullurà

Encendiendo velas en la catedral de Castroreale © Luisa Cullurà

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